jueves, 31 de enero de 2013

Mamá maravilla

Hoy he tenido en mis manos este cuento, aunque finalmente no lo he comprado. Se llama "Mamá Maravilla" y es de Elen Lescoat y Orianne Lallemand. 

Su primera lectura no me ha gustado. Me ha dejado una sensación rara, no lo sé describir bien.  Ha sido pasado un rato cuando me he dado cuenta de que en realidad  sí me había gustado y que, además, me ha hecho reflexionar. 


En el cuento, que tiene unas ilustraciones preciosas, el niño nos cuenta que dependiendo del día mamá puede ser mamá sorpresa, mamá triste o mamá maravilla, entre otras cosas.
¿Cuántos mensajes recibimos al día de lo maravillosas y perfectas que debemos ser las madres con nuestros hijos? Nosotras siempre tenemos que estar disponibles, risueñas, debemos mantener la calma incluso ante la peor de las rabietas, en todo momento nos tiene que apetecer jugar con ellos, leerles cuentos, tirarnos por el suelo a hacer la croqueta. Y si estás triste, ¡que no te lo noten! Y si lo que quieres es meterte en un armario y que nadie te moleste ¡te aguantas y sacas la plastilina! 

Parece que incluso a veces nos avergüenza reconocer que ciertas cosas, en ciertos días, no apetecen.
Pues mira, yo confieso: a veces me toca las narices llevarles a la piscina y hay noches que leerles un cuento me da taaaaanta pereza. Hay días en que no me sale ni la sonrisa de las preocupaciones. Hay días que me siento cabreada como una mona y, francamente, Bob Esponja no mejora mi humor. Pero también  hay días en que me apetece reir, bailar y cantar y ponerme ropa de colores.

Y eso es lo bonito de este cuento. Que muestra una mamá real. De carne y hueso. Que siente y padece. Y que a pesar de tener días en los que echa rayos por los ojos, o días en que se siente triste hasta enfermar, siempre es mamá, la misma. La que quiere a sus niños con locura. Como las de verdad.

viernes, 18 de enero de 2013

Basado en hechos reales

Para mi amiga la del karma también ha comenzado el año ¡Y con fuegos artificiales! 

El otro día acompaña a su madre a poner una denuncia a una comisaría. Antes de entrar, deciden tomar unas tapitas madrileñas en un bar cercano. Que si unas croquetitas con su bechamel por aquí, que si unos boquerones con ajito y  perejil por allá, unas claritas... Todo rico, rico y con fundamento, como diría Arguiñano. Pero a lo que iba, que me disperso.

Entran en la comisaría y se encuentran con el poli más buenorro que han visto jamás. Alto, cachas, guapo. Encima es majísimo, amable, simpático. De éstos a los que el uniforme les queda como un guante.  Lo tiene todo. Mi amiga flipada, a la vez que pone la denuncia le pone ojitos a ver si él lo pilla.
Se mete tanto en el papel que hasta se permite fantasear con que la va a llamar ya que ha dejado su número de contacto.
Y ji ji con ésto, y ji ji con lo otro. Ese chico es que debe ser un encanto, la verdad. Las encandila a ambas, madre e hija, con sus bromas y atenciones. 

Madre e hija caminan hasta casa, mientras me wasapea lo ocurrido. 

Llega a casa y sigue pensando en el poli y en la probabilidad que hay de que la llame. Piensa que si hubiera dado el número de móvil en vez del fijo, aumentarían sus posibilidades. Se da una ducha y al salir, delante del espejo, todavía con la imagen del buenorro en su retina, descubre, un segundo antes de sufrir una apoplejia agravada con bajada de azúcar y tensión, y acompañada por una taquicardia galopante, un pedazo de resto de perejil entre sus dientes que le ha acompañado apetitosamente todo este rato.

Y llevamos quince días de 2013. No digo más.