lunes, 26 de noviembre de 2012

A ver qué ha hecho ahora...

Mi canijo mayor siempre ha sido buenísimo. Desde pequeño han sido raras las travesuras que ha hecho. En eso ha salido a mi, que era tan buena siendo niña que mis tías me dejaban jugar con huevos!. Me podía pasar media tarde metiendo y sacando huevos de una cesta con todo mimo y cuidado. Y ni una baja. Ni una.

Pues bien, demasiado confiados estábamos en que el pequeño nos saliera igual de santo. Ilusos. Éste apunta maneras y además a pasos agigantados. En sólo un par de semanas hemos tenido más avisos que en los casi tres años del mayor. Porque, todo hay que decirlo, de momento sólo han sido avisos, cuando la cosa se ponga seria ya me veo llamando a Super Nanny.

Tenemos por casa sus quinces meses, sus seis dientes y una muela y sus nueve kilos con seiscientos gramos pensando todo el tiempo en qué será lo que le proporcione un buen rato de diversión. Porque la diversión no radica en lo que hace, que en general se decanta por acciones facilonas y rápidas, el cashondeo está en vernos a nosotros resolver sus peripecias... 

Si me miro a los pies, veo dos botas grises, una de ellas lleva un precioso cordón gris a juego, no en vano venían juntos en la misma caja, pero en la otra, oh, sorpresa, llevo un cordón anaranjado. Yo no soy de crear tendencias, tampoco daltónica, el motivo de llevar un cordón naranja es que mi pequeño terrorista quitó de la bota el original y decidió esconderlo. ¿Dónde? Si lo supiera obviamente no estaría como estoy. Así que hasta que lo encuentre o tenga tiempo para ir a comprar otro (que será lo más probable), me toca ir de esta guisa.

Martes por la tarde. Estoy en casa con los canijos y no encuentro el móvil. Me llamo desde el fijo y creo oírlo pero como leeeeejos, leeeeejos. Intento seguir el rastro pero es difícil porque apenas se escucha y encima estos dos están montando un pifostio de campeonato. Diez minutos buscando. Diez minutos de los de reloj. Llegué a mirar dentro de la nevera por si lo había metido por error. Hasta que veo que el pequeño se acerca a la lavadora con el mando en la mano, con intención de meterlo dentro. Si, en efecto, para que le hiciera compañía a mi móvil! Le freno y rescato el teléfono sano y salvo, aunque creo que con tanta tensión he perdido un par de kilos. 

El otro día fuimos de compras. Los dos peques y yo. Esto debería ser considerado deporte de alto riesgo, que me río yo del Calleja y sus tiburones, ja! en la Vaguada con dos canijos le quería yo ver, eso sí es un Desafío Extremo y no sus fruslerías! Por supuesto en las tiendas lo tocan todo. Es agotador. Pero ya el colmo fue que en una tienda de complementos el pequeño no se conformó con ir tocando todo lo que alcanzaba desde su sillita, el colmo fue que se colocó un collar!!! Encima de tocón, chorizo!!! Con tan mala suerte que encima rompió el cierre y claro, no me quedó otra que comprarlo, por más cara de madre desquiciada y al borde del infanticidio que le puse a la dependienta. He de decir en positivo, que por lo menos el niño tiene buen gusto, y el collar fácil arreglo. 

Lo que me preocupa es que de momento son trastadas graciosas, que nos hacen reír sin graves consecuencias. Lo que ocurra cuando esos quince meses, seis dientes y una muela y esos nueve kilos con seiscientos gramos aumenten, eso amigos, prefiero ni pensarlo.